Mi espalda y toda la parte posterior de mi cuerpo se sentían frías. Había estado caminando bajo el sol por largo rato y el calor y la fatiga me llevaron instintivamente a buscar confort en el agua y las rocas más cercanas a mi ruta por la montaña. Primero me quité la ropa sudada que traía puesta y llevé mis pies a la orilla, el cambio de temperatura me inhibió brevemente. Ignorando esa sensación continué adentrándome, dejando atrás los susurros y colores del bosque. La corriente en el medio del río era fuerte pero no tanto como para derribarme, con la fuerza de mis cuádriceps y el agua hasta la cintura me quedé un momento contemplando el paisaje. Comencé mirando hacia arriba, era un cuadro con un delicado y limpio cielo azul adornado con algunas ramas y hojas de los árboles que crecían en las orillas y mientras iba bajando la mirada, se iba completando con los troncos y raíces al descubierto hasta que aparecía el río que se iba perdiendo en el horizonte. Luego, hacia abajo, estaba el agua, tan transparente que se podían ver cardúmenes de pequeñas truchas que iban navegando en contra de la corriente, muchas rocas y mi propia piel que se veía fuera de lugar entre tanta vida silvestre. Todo ese panorama se completaba con los sonidos y sensaciones características de aquel lugar, una suave brisa primaveral, el canto de algunas aves que no era capaz de identificar y el agua corriendo sin parar. Ahí me detuve, en el murmullo incesante del río, con los ojos cerrados me concentré en ese sonido que no se detenía nunca. El agua que me contenía no era la misma que unos minutos atrás, ni siquiera un momento atrás. Acerqué mi mano aún tibia a la superficie y deslice mis dedos como si intentase hacerle una suave caricia, pero ¿cómo se toca algo que está en constante movimiento?, me pregunté y sin buscar la respuesta me di cuenta que era el agua la que me acariciaba a mí. Muy despacio, me fui agachando y percibiendo cómo se me iban helando distintas partes del cuerpo hasta quedar completamente envuelta por la caricia interminable que es el río. Me recosté soltando todo el cansancio de la caminata y me entregué al momento. Al apoyar la cabeza, las sensaciones se transformaron; ya no oía los pájaros, el viento solo tenía acceso a mi cara e iba secando las gotas que salpicaban de vez en cuando y los sonidos se hicieron más profundos y lentos. Ahora podía ver el sol, irradiando sobre mí y encandilando mi mirada y obligándome, una vez más, a cerrar los ojos. Estaba en un estado de relajación total, disfrutando de la calidez de la montaña, así que no me importó que la corriente me estuviera deslizando hacía algún lado. De hecho, era tal mi estado de calma que me era casi imperceptible ubicar una línea entre movimiento y reposo, entre donde terminaba mi piel y comenzaba el agua. Los sonidos se apagaron por completo y ya no sentía frío o calor. El río ya no me acariciaba, ahora yo era parte de él, como una parte más de esa vida silvestre de la que me sentía ajena. Intenté mover los brazos pero, en su lugar, una pequeña corriente movió una piedrita del fondo. Intenté abrir los ojos y, en cambio, se intensificó la corriente en la superficie. No había nada más que ver o mover, solo había agua. Era una gota pero también todo el río. Aún así, me seguía deslizando, entre las rocas, los cardúmenes, los árboles y el sol. Recordé brevemente mi ruta inicial y mi ropa sudada en el camino, fue simplemente un destello que se disolvió en el tiempo, como yo. Todo siguió en movimiento, como siempre. Cada tanto, algunos senderistas venían a refrescarse, otros solo se hidrataban o limpiaban sus botas. De alguna forma u otra, eran parte de mí, como yo alguna vez fui parte de ellos. 

Fragmento encontrado en un dispositivo de comunicación analógico sintetizado desde árboles en el planeta A-1 (conocido como Tierra para sus habitantes). No se ha podido recuperar más información acerca del significado de esta experiencia, si alguien tiene más información, se le invita a colaborar. Al final del recorrido hay un buzón de sugerencias.