Los Desposeídos nos transporta, de forma intercalada y con mucho detalle sociopolítico, a dos planetas hermanos: Urras y Anarres. El primero, evocando una familiaridad amarga, es imperado por un sistema llamado propietariado y habitado por gente bella y lampiña. Mientras que el otro, un mundo feo y rebelde, es excluido y anarquista, en donde reina la escasez tanto como la igualdad.

Quien nos transporta en esta aventura es Shevek, un físico que está desarrollando una teoría para la creación de un dispositivo que lograría un gran avance en la comunicación interplanetaria. Este es oriundo de Anarres, pero es el primer anarquista en “regresar” a Urras en la búsqueda -inocente- de otros científicos que le ayuden a finalizar su teoría.

La historia desmenuza y analiza distintos aspectos de la sociedad contemporánea, que a pesar de tener casi medio siglo de edad, no queda obsoleta y tiene la capacidad de tocar sensibilidades sin ningún escrúpulo. La prosa en sí es un manual para la vida disfrazado de ficción. Cada tanto aparecen algunas frases, entremezcladas con diálogos o descripciones, que son dignas de ser recordadas como obras individuales, que incitan a la introspección, al pensamientos crítico y a la reflexión sobre dónde estamos parados como individuos. Sin embargo, se deja leer fácilmente, sin léxico complicado ni frases rebuscadas. Es un escrito directo, explicativo, que se entrega completamente al lector sin dejar espacio para la duda.

Otra cuestión que aflora y es persistente en toda la trama es la del lenguaje como constructor de sentido y de categorías cognitivas. Puntualmente, esto queda explicito en el idioma utilizado por los anarquistas, el právico, que no utiliza el posesivo y desconoce muchas expresiones y conceptos como, por ejemplo, el de prisión. Esta idea, sobre la formación de pensamiento desde el lenguaje, siempre me resulta personalmente atractiva de leer y le suma un buen condimento de profundidad a los personajes y sociedades.

Creo que para poder imaginar y problematizar sobre el futuro tenemos que posicionarnos realmente fuera de nuestro presente y nuestra forma de pensar, por lo tanto de nuestro lenguaje ya que es el que moldea al pensamiento. Seria inconsistente que los humanos del futuro sigan utilizando las mismas lógicas de pensamiento de hoy en día. Sin ir más lejos, supongamos que le diéramos un teléfono inteligente a una persona de principios del siglo pasado, no solo desconocería la tecnología sino que ademas su inteligencia no estaría adaptada para procesar las cantidades de información que manipulamos en la actualidad.

Para concluir, me gustaría destacar una frase que me resultó un hermoso equilibrio entre emotividad y existencialismo:

“Morir es perder la identidad y unirse al resto”

Mi interpretación es que es en la ilusión de la individualidad, en el cuerpo humano, donde nos olvidamos que somos parte de un universo donde hay otros astros, otros átomos, otros seres. Y es solo en el momento de la muerte, del olvido del ego, que nos unimos a ese resto que en verdad nunca estuvo separado de nosotros mismos.

Esta novela, deja en relieve esta dualidad individuo-colectividad, en su comparación de ambos sistemas productivos. Nos rebota, como si usáramos un transportador espacial, de capítulo en capítulo, llevándonos del propietariado al anarquismo y revelando las partes más escabrosas de cada uno y sembrando la incómoda duda de si alguna vez llegaremos a un equilibrio como humanidad en donde todas las personas logren abrazar la conformidad y el contentamiento en la convivencia, no con el resto, sino con el todo.