Todos esperábamos pacientemente a ser impactados por aquél error.
Un mínimo fallo en los cálculos nos había llevado a aquél desenlace. Tres minutos restaban para el impacto final y todos permanecían en calma, esperando su glorioso final, como si fueran héroes, cómo si morir de esa estúpida forma nos hubiese martirizado para siempre.
La misión a TK345 había empezado sólo dos semanas atrás y ahora estaba concluyendo sin siquiera llegar a una tercera parte de nuestro objetivo. La doctora que estaba a mí lado, la líder de la investigación, permanecía tranquilamente sentada sobre una roca cerca mío. Miraba una foto una y otra vez, le lagrimeaban los ojos pero su cara apuntaba arriba, miraba esa cosa que ella había creado. Ahí entendí que esas lágrimas eran de orgullo, del monstruo que había invocado y no de un sentimiento de pena hacía ese ser querido.
De mi otro lado, tenía a un imbécil que hacía con sus manos un símbolo de paz que había quedado obsoleto hacía más de 300 años. Lo único que le preocupaba era que esa cámara lo capturase y lo convierta en un ídolo pop. El sueño de su vida era ser inmortal y así lo estaba realizando, paradójicamente, en sus últimos dos minutos minutos y treinta segundos de vida.
Alrededor había más gente. Todos en poses pseudo religiosas. Algunos acostados boca arriba, otros arrodillados como idolatrando el cielo, otros en posición fetal casi dormidos. Yo, sentado en el suelo, con las rodillas en el pecho, observándolos.
Me contuve un momento de analizarlos y me perdí en el cielo. Fueron unos 45 segundos que me dediqué a admirar ese espectáculo. A pesar de que el hecho de que mi muerte estuviera cerca sesgó mi visión, valió la pena. Esa noche particularmente se veían el triple de estrellas que de costumbre, en ellas veía las infinidades que ofrecía el universo. Las observaba y me imaginaba todos los planetas que aún quedaban por descubrir y toda la vida que había esperando por nosotros.
Tan concentrado estaba que no me di cuenta lo fuerte que estaba apretando los puños que me hice pequeños cortes en las palmas de mis manos. Estaba eufórico, el minuto con 45 segundos de vida que aceleraron mis procesos internos de una forma increíble.
Estabamos por desaparecer por siempre. Toda la gente, el equipamento, las pruebas, el planeta entero. Sin embargo, habíamos logrado nuestro objetivo, por el que habíamos llegado a este planeta, el primer planeta alcanzado por seres humanos fuera del sistema solar. Vinimos en busca de vida y la encontramos.
El único inconveniente con aquella información era que yo la había encontrado y no había llegado a compartirla con el resto del equipo. Tenía dos opciones: o bien contarlo y generar más caos del que ya existía o intentar enviar la evidencia a la base más cercana.
Lentamente decidí abrir mis manos y la vi. No sabía bien que era, ni tenía tiempo de averiguarlo, sólo podía dedicarme contemplar tal maravilla de la naturaleza. Se asemejaba a un híbrido entre una planta xeróbila y una tortuga caimán bebé. Si respiraba o no, si le latía algo o no, era imposible saberlo en esas condiciones pero si me lo acercaba a la cara podía sentir una leve brisa proveniente de su cuerpo.
Decidí guardarme el secreto. Los seres humanos no debían saber esto. Me quedaba un minuto de existencia, otra vez tenía que tomar la decisión entre compartir información al equipo o envíar evidencia a la base más cercana. Cincuenta segundos. Estaba maravillado con la vida manifestándose en la palma de mi mano, a pesar de que no podía determinar muy bien qué sucedía. Había mucho humo y luces descontroladas a mi alrededor. Comencé a escuchar gritos y plegarias en todos los idiomas posibles.
Me quedaban, a mí y mi nueva amiga, cuarenta y cinco segundos. La tomé con ambas manos y me la acerqué al pecho, sentía su calor cerca del latido de mi corazón. Ya nada más importaba, nada de nuestro alrededor. Estábamos vivos y eso importaba, así fuera solo por treina segundos. Inhale profundamente y sentí un gas pesado ingresando hasta mis bronquios y llenando mis pulmones. Tenía el pecho pesado pesado, en verdad todo mi cuerpo estaba pesado, se me cerraban los ojos. En mis últimos instantes, entre el humo y el polvo volando, pude ver sus ojos o lo que simulaban serlo, mirándome. Eran dos pequeñas bolas doradas, brillantes, como dos diminutos soles, flotando en la confusión del fin. Era como si en mi fin, todo el universo se estuviera manifestando a escala miniatura delante mío. Quizás eran los gases tóxicos que emanaba la cosa esa. Pero yo quise creer, en ese último segundo de mi existencia, que toda esa destrucción era el inicio de un nuevo cosmos.
El fragmento expuesto fue tomando de la consciencia de un ejemplar de la especie A-000021 en uno de los últimos minutos de su conexión. Gracias al arduo trabajo de nuestros especialistas, pudimos recopilar este tipo de información que nos permite conocer en profundidad a otras civilizaciones. En esta muestra, se observa un típico caso de lo que esta taxonomía post Big Bang denominaba ‘religión’. Se explorara más el tópico en los siguientes artículos. Por favor, no dude en consultar cualquier inquietud con nuestros expertos. Para donaciones por favor abrir un canal telepático en vía 8. Gracias.