Desde la exosfera se podía visualizar como un manto azul oscuro recubría la superficie total del planeta. Los escáneres de la misión de reconocimiento Beta 2 indicaban que su superficie se componía íntegramente de agua. No había continentes o islas ni se visualizaba ningún tipo de plataforma terrestre, natural o artificial. A medida que la nave se iba acercando, el color se volvía más brillante y se comenzaban a divisar pequeñísimas pinceladas blancas en movimiento que adornaban aquel inmenso océano.

El enigma de qué había allí abajo, en las profundidades, inundó la mente de toda la tripulación. Era la primera vez que nos encontrábamos con un mundo de estas características y era mi deber, como capitán, mantener la moral y la concentración en el objetivo. Nuestro encargo consistía en investigar potenciales albergues de vida en todos los planetas del sistema solar Beta, ubicado a tan solo 5.9 años luz de la Tierra, en la estrella de Barnard. 

En Beta 1 nos habíamos encontrado con un gigante gaseoso al cual no nos pudimos acercar debido a las grandes tormentas que albergaba su atmósfera. Esto nos había dejado con un leve sabor amargo y los ánimos estaban decaídos, parecía que la humanidad no tenía escapatoria de aquel mundo que se había empeñado en destruir durante mucho tiempo. La Azul Profundo era parte de una flota de 23 naves que participan en la búsqueda de un nuevo hogar para lo que quedaba de la civilización. 

El nombre no era casual, casi todo el personal estaba vinculado de alguna forma con las grandes masas de agua. Había a bordo un exobiólogo especializado en vida marina y de fluidos, una oceanógrafa, dos buzas de saturación altamente experimentadas y yo, que antes de dedicarme a la navegación espacial, había comandado barcos y submarinos comerciales. La falta de fondos en la Tierra y la baja densidad poblacional hicieron que se deba reclutar y capacitar a civiles con conocimientos específicos para la exploración espacial y, casualidad o destino, nos encontrábamos todos allí.  

Dada la naturaleza del equipamiento de la Azul Profundo, pudimos desplegar dos grandes dispositivos que transformaron a la tosca nave espacial en una elegante isla flotante con acceso directo al océano. Al amerizar, Julia, la oceanógrafa y primera oficial que había estado haciendo cálculos y tomando notas desde que los escáneres podían captar el planeta, nos hizo dar cuenta de algo muy peculiar que veníamos pasando por alto:

—Si bien, técnicamente, estamos dentro de la atmósfera y hay rastros de oxígeno, no hay indicios de eventos meteorológicos. Ni vientos, lluvias, nubes o variaciones en la temperatura.—dijo con un leve tono de preocupación. Era la persona más seria de la tripulación, por lo que un pequeño cambio en su entonación significaba mucho. 

—¿Cuál es tu sugerencia?—respondí manteniendo la compostura al ver las caras angustiosas que me rodeaban. 

—Solo digo que… Es nuestro primer encuentro en la superficie con otro planeta, aunque parezca familiar en algunas cuestiones puede ser completamente diferente a lo que nuestra mente pueda entender. Sugiero utilizar los trajes en todo momento al estar en contacto en el exterior. 

—Sugerencia anotada—corté en seco la conversación para no seguir esparciendo dudas e hice un ademán para que todos volvieran a sus puestos. Luego, miré a las dos buzas, que estaban sentadas una al lado de la otra en el fondo de la cabina principal trabajando en preparativos de potenciales inmersiones y declaré con voz fuerte y clara:—Rufa y Marta, comiencen los preparativos, en tres horas vamos a estar bajo el agua—. Ellas ni se inmutaron, se limitaron a hacerme una seña de OK con las manos y continuaron en lo suyo. 

Salí a toda velocidad hacia mi despacho dejando atrás todas las incredulidades e inseguridades que podrían estar surgiendo. La única forma de parar esa nube de pensamientos fantásticos respecto de lo que existía allí abajo era tomar las riendas de nuestra misión e ir a averiguarlo. Me senté en el escritorio mirando hacia la diminuta ventana que estaba detrás de él y me limité a observar. Si no hubiese sabido dónde estaba, podría haber jurado que eso era un punto aleatorio en el medio del océano Pacífico. 

Me encontré con Rufa y Marta en la sala de la escotilla. Ellas ya estaban vestidas y ultimando detalles sobre el trayecto a realizar. Comencé a alistarme sin prestarles mucha atención, cuando noté lo grande y robusto que era el traje y la cantidad de artefactos que iban conectados de forma inalámbrica. Era mi primera inmersión desde que habíamos partido y estaba expectante de lo que pudiéramos encontrar, al fin y al cabo, era mi deber como capitán que esta misión tenga éxito y para ello debíamos encontrar un planeta capaz de albergar vida como la nuestra. Primero me puse el neopreno de 9mm y luego el traje específico de buceo en entornos exobiológicos, este tenía de 15mm de espesor y era del mismo material utilizado en trajes espaciales. Además, el traje no precisaba de tubos, ya que el hydreliox se almacenaba en el mismo traje y la tela contaba con nanotubos que actuaban de venas y arterias por donde se distribuía y se expulsaba el hydreliox que usábamos para respirar, esta era definitivamente la última tecnología en respiración subacuática. Algo a destacar es que la idea del traje es que imitase la fisiología humana, no solo por una cuestión de practicidad sino para hacer más natural la experiencia subacuática, básicamente se sentía como ir sin nada. 

Como todos los trajes, este utilizaba un sistema de geolocalización y computadora de buceo integradas, que era accesible desde distintos puntos, bastaba con tocar suavemente la superficie para que se activara la pantalla. En mi caso y por mis vicios, seguía utilizando la muñeca, pero lo más común era utilizar el visor transparente del casco. 

Una vez que me puse el traje y lo cerré, este se amoldó a mi cuerpo, dejándome con la sensación de estar desnudo. Procedí a ponerme la capucha y una fina lámina de cristal se deslizó por delante de mi cara mostrándome todos mis signos vitales, mi posición actual e información de mis compañeros. En ese momento algo se apoderó de mí, un sentimiento muy similar al del entusiasmo. Marta me miró con una mezcla de cariño y burla, Rufa sonreía por lo bajo. 

—Jefe, ¿todo en orden?—me preguntó Marta.

—Hace mucho que no voy al agua, mentiría si dijera que no estoy levemente entusiasmado—le respondí y noté sus miradas cómplices. Ellas habían notado mi nerviosismo y emoción por esta aventura, pero aunque lo sabían, como capitán no deseaba interferir emocionalmente con nuestro deber.

—Ya tenemos todo listo. Diagrame un mapa del trayecto, como es nuestra primera inmersión vamos a hacer un reconocimiento superficial a no más de 50 metros. Marta va a ir a la cabeza guiando y yo por detrás registrando y analizando muestras de lo que nos vamos encontrando.—dijo Rufa con tanta seguridad que me transmitió su completa confianza, luego me miró fijamente y agregó:—Jefe, tu responsabilidad es muy simple pero la más importante: observar. Necesitamos que veas y captes todo lo que puedas, si necesitas grabar algo podes hacerlo desde tu computadora integrada, ¿ok?

No llegué a contestar antes que Marta comenzara a hablar, tenían una dinámica muy particular y envidiable. A Marta la conocía hacía mucho tiempo, nos había tocado juntos en la capacitación civil y Rufa era amiga de la infancia de ella, tenían una vida de anécdotas y se entendían mejor que nadie.  

—No está demás aclarar, que tenemos que actuar rápidamente. El Doctor está pensándolo mucho, habría que irnos antes de que se arrepienta de esto—comentó en un tono que no se distinguía si era en serio o en broma. 

—Dejemos la charla y vamos—concluyó Rufa sin dar pie a que nadie más hable. 

Abrimos la escotilla y vimos el agua. No se divisaba nada muy distintivo desde allí, solo el color de la profundidad. Sin dudarlo, Rufa se metió y desapareció del panorama. Me tocaba entrar a mí pero un segundo antes me paralicé. ¿Y si no hay nada?, la idea me aterró, me estremeció el hecho de pensar que podríamos estar solos y que esta sea otra misión fallida. Marta apoyó su mano en mi hombro para darme aliento, todo pasó en un momento y de repente ya estaba ingresando al vasto océano de aquel planeta desconocido. Aún con los ojos cerrados y en movimiento comencé a sentir como la temperatura de mi cuerpo descendía al entrar en contacto con el agua, estaba más fría de lo que esperaba. No estaba acostumbrado a sentir tanto frío, el último tiempo a bordo de la nave con aire acondicionado y sin estaciones me había quitado la experiencia de la incomodidad. Sentí rechazo, deseé subir, volver a mi despacho y enviar a alguien más a que hiciera el trabajo pesado. “No es forma de pensar de un capitán”, me dije a mi mismo mientras soltaba el peso de mi cuerpo e intentaba relajar mis músculos tensos.

Abrí los ojos y todo lo que vi fue azul hacia todas las direcciones, no había indicios de haber más nada. Me abstraje de la misión y contemplé lo que estaba sucediendo. Éramos, posiblemente, los primeros seres humanos en sumergirnos -gracias a tecnología producida por nosotros mismos- en un hábitat y medio ajeno a nuestra propia naturaleza. Sentí un profundo orgullo por nuestra especie y hasta a donde habíamos llegado. Aún si no encontráramos un nuevo hogar, no iba a ser por falta de recursos o inteligencia, sino por una capacidad evolutiva no desarrollada. Si algo nos faltaba era la adaptación a nuevos medios, pero el tiempo era una de las pocas cosas que no podíamos manipular. Estaba flotando plácidamente, regocijándome con mi propia mente, cuando Rufa me dio un suave empujón de atrás seguido de una indicación de que había que avanzar.  

Comenzamos a movernos a buen ritmo. Si un artista hubiese estado observándonos a una distancia considerable y hubiera decidido pintarnos, el cuadro se compondría mayormente de pintura azul en distintas tonalidades, comenzando con un color más claro arriba y se iría oscureciendo a medida que fuéramos hacia abajo, sería un perfecto degradé de azules. Y, allí, en el centro de esa obra de arte, aparecerían tren ínfimos y amorfos puntos negros, que al mirarlo uno dudaría de si son parte de la obra o si son tres hormigas que se quedaron pegadas durante el proceso de secado. 

Seguimos marchando alrededor de dos horas hasta que hicimos la primer parada técnica. Estábamos a una profundidad de 45 metros y habíamos recorridos unos 10km a la redonda en todas las direcciones. Aún nos quedaban tanques para permanecer más tiempo pero daba la impresión de que no había nada en esa zona que podamos investigar. Rufa quería seguir una hora más, lo expresó haciendo una indicación con la mano seguido de un mensaje en la computadora del traje. Marta, más precavida, añadió un escueto mensaje a la conversación que decía: “Mucho tiempo. Tripulación preocupada. Signos vitales”. Tenía razón, no había motivos para seguir allí, debíamos volver y pensar nuestro siguiente paso.

Al emprender la vuelta no pude evitar no sentirme perdido. En algún momento, me quedé mirando fijamente hacía abajo, al abismo de nada que se encontraba sosteniéndonos. Me quedé absorto con la majestuosidad de aquel planeta y con la infinidad que contenía, de forma irracional deseaba seguir bajando hasta las profundidades, hasta ser absorbido y que mi cuerpo se descompusiera ahí. Estaba mareado y paranoico, daba la impresión que toda esa masa de líquido era inteligente, me quería llevar, atraer para sí y quedarse con mi cadáver para siempre. El azul se comenzó a hacer cada vez más grande, era todo lo que podía ver, ni Rufa ni Marta estaban cerca, solo el océano y yo. Quise chequear rápidamente mis signos vitales, pero cuando giré mi brazo en dirección a mí era demasiado tarde; en vez de mi extremidad solo había más agua. No solo se iba agrandando, sino que se iba haciendo más oscuro, cada vez estaba más cerca del fondo. Hasta que llegué.

—¡Más oxígeno!

—Te voy a volver a preguntar y esta vez pensá un poco la respuesta, ¿qué pasó ahí abajo?

—Ya te respondí varias veces, a metros de llegar se quedó quieto, tenía la mirada perdida, no reaccionaba pero sus signos vitales no mostraban nada extraño. Los sacamos con Marcos, estaba inconsciente y te llamamos. 

—!Más oxígeno! !¡Más oxígeno!

—Ya, está estable. Parece que se está despertando 

Yacía sobre la camilla de la enfermería aún atontado por todo el episodio, aunque a pesar de eso ya me sentía en mí. El Doctor Atro era eminencia en medicina de emergencia y no se le escapaba nada. Tenía más experiencia en expediciones espaciales que toda la tripulación en conjunto y pocas cosas no era capaz de resolver. Se acercó hacia mí con actitud decidida. 

—Cuántas veces tengo que decirles que no se puede ir a explorar medios desconocidos sin un exhaustivo estudio previo. Siempre es lo mismo, agradezcan que estoy yo en esta nave—mientras me regañaba pude divisar un poco de orgullo en sus palabras. 

—Gracias A. Es un placer contar con tus conocimientos, ¿qué me pasó?

—Tuviste un episodio de Infinitud Paranoide, algo muy común en éstos días. Básicamente, es un episodio de paranoia extrema desencadenado por algún factor extraterrestre, en tu caso, esta especie de océano infinito. Se estuvo dando mucho desde que comenzaron las misiones de reconocimiento, el encuentro con lo desconocido no es fácil y es imposible garantizar una preparación psicológica adecuada a estos entornos ya que es la primera vez que lo experimentamos—. Hizo una breve pausa, se quedó pensando, luego añadió:—La parte buena es que el tratamiento ya está en marcha, una medicina psiquiátrica que no te interesa el nombre, créeme, ni yo lo puedo pronunciar. 

Tenía un sentido del humor peculiar, producto de años en este tipo de situaciones. El Doctor A estaba siempre ocupado, investigando algo o escribiendo algún libro, pero eso nunca le impidió ser un personaje en todo sentido de la palabra. No solo me sentía orgullo de tenerlo en mi nave, sino que me daba mucha tranquilidad que sea quien cuide a mi tripulación. Al mismo tiempo que se acercaba un enfermero a darme la medicación, entró Julia. Estaba seria como siempre aunque caminaba de manera frenética. 

—Tengo novedades—me dijo mirándome fijamente, pude apreciar en sus ojos que estaba entusiasmada. —Cuando subieron, tomé una muestra de agua de sus trajes.

—Ajá—asentí esperando que prosiguiera. Se tomó su tiempo.

—Encontré algas—dijo ocultando su entusiasmo, notó que no estaba compartiendo su nivel de emoción y, sin importarle, prosiguió—Fui a tomar una muestra de agua directamente del mar. Hice muchas pruebas, tomé más muestras y en todos los resultados encontré lo mismo: el agua, o mejor dicho, el líquido, está compuesto en un alto porcentaje por algas microscópicas. 

—¿Es decir que no es agua?—pregunté preocupado. 

—Sí y no. Es, hablando en términos sencillos, una mezcla entre algas y agua. Es prácticamente agua, solo que es levemente más densa, pero en términos de percepción no hay diferencia para nosotros.

—Para nosotros—repetí.—¿Para quién no hay diferencia entonces?

Estaba esperando que le hiciera esa pregunta. Ahora su entusiasmo era evidente, no lo quería ocultar.

—Ese es el punto—sentenció—. Tienen que ir de nuevo a descubrirlo. 

Pasé la noche en la enfermería pensando en esa conversación. Antes de irse, Julia me había explicado cómo funciona el ecosistema de algas: en lo que habíamos nadado y lo que componía básicamente todo el planeta no era agua, sino que era una solución coloidal de agua y partículas microscópicas de algas. Esto a simple vista no era visible, pero luego de ser estudiado, había cambios evidentes en su densidad y viscosidad. Dependiendo la región y la profundidad de donde se tomaban las muestras, la concentración de algas variaba, siendo mayor en la superficie y en ciertas zonas aleatorias del planeta. Era un descubrimiento objetivamente fascinante pero en el fondo estaba aterrado, sentía una responsabilidad enorme de lo que pudiéramos encontrar, sobre todo de lo que pudiera implicar para el futuro de la especie. No estaba preparado para asumir el rol que requería hacer contacto. 

Seguí tomando la medicación psiquiátrica para la infinitud paranoide cada 8 horas durante un día entero. A nivel físico, me sentía exactamente igual que siempre. A nivel mental, había algo que me perturbaba, una sensación de vacío. Intentaba racionalizar estas ideas, era evidente que no estábamos o no estaba mi psiquis preparada para esta misión. Me preguntaba si realmente era natural lo que estábamos haciendo, intentar violar las leyes de la naturaleza para emigrar a otro planeta. Incluso, encontrando un lugar con todas las características necesarias para albergarnos, no podíamos prever qué iba a ocurrir ni si sería adecuado y mucho menos si lo íbamos a poder tolerar psicológicamente. Claramente, era un plan suicida, pero era la última opción.  

Pasamos los dos días siguientes haciéndonos evaluaciones físicas y midiendo nuestros signos vitales para estudiar posible efectos secundarios de la inmersión. No parecía haber nada fuera de lo común. Eso me generaba más dudas, ¿cómo era posible que estemos en un planeta de características tan similares, por no decir iguales, a las de la tierra? ¿Cómo es que, siendo ese el caso, no se haya desarrollado una forme de vida? ¿Qué era aquel lugar en dónde estábamos? Eran todas preguntas que debíamos responder, necesitaba esas respuestas, era lo único que me quedaba.

Antes de encontrarme con Rufa y Marta en la sala de la escotilla nuevamente para nuestra segunda inmersión, hice una parada por el laboratorio para hablar con Jorge, el exobiólogo. Era un hombre simple, siempre de buen humor y muy conciliador. Era muy fácil hablar con él, por lo cual sentí que me iba a dar tranquilidad antes de volver a las profundidades. Al entrar, estaba solo, con pocas luces encendidas, observando algo por un microscopio. Me acerqué sigilosamente, al notar mi presencia apagó el aparato. 

—No, por favor, continúa con lo que estabas haciendo—dije intentando ser amable sin dejar de marcar autoridad.

—Las algas, son fascinantes—me respondió con una sonrisa.—No puedo dejar de verlas, cada vez que las examinó encuentro algo nuevo, ¿le gustaría ver? 

Asentí y Jorge se movió para que pudiera observar. Mientras tanto, me iba explicando lo que estaba viendo. 

—Como notarás, a simple vista parecen algas comunes,—me hablaba como si yo entendiera que estaba viendo—pero tienen un pequeñísimo detalle. Si observas bien, hay unas pequeñas estructuras ovaladas de doble membrana. Estos son cloroplastos, nos indican que son capaces de realizar fotosíntesis y por ende, que, posiblemente, estas algas son ricas en proteínas y ácidos grasos. 

Me quedé estupefacto. 

—¿Esto quiere decir que son el alimento de algo más?

—Es posible, capitán. Pero hay que estudiarlo más, no queremos conclusiones precipitadas. Apenas tenga resultados concluyentes, lo comunicaré—dijo con convicción pero ocultando sus verdaderos pensamientos. Estaba seguro de que no quería dar la impresión equivocada o cometer un error. Rápida y ágilmente, cambio de tema—Entonces, ¿en qué puedo ayudarle?

Ya me había olvidado a lo que había ido. Ahora en mi cabeza solo había espacio para esta nueva información y los potenciales peligros asociados a ella. Si algo ponía en riesgo a mi tripulación, no podía permitir que siguiéramos avanzando. 

—Ya me ayudaste, gracias—le respondí desinteresadamente y salí a toda velocidad.

Al llegar a la sala de la escotilla, estaba alterado. Rufa y Marta estaban tranquilamente haciendo las pruebas de seguridad de los equipos que casi ni notaron mi presencia. Las vi tan relajadas que no pude entender porque no tenían miedo, estaban siendo irresponsables. Carraspeé varias veces hasta que voltearon hacia mí.

—Eh, capi ¿listo para salir a explorar las profundidades?—dijo Marta.

—Mar, creo que el capi sigue con el tema de la infinitud paranoide, no creo que esté de humor—le dijo Rufa a Marta como si yo no estuviera ahí. 

—Reitera lo dicho, comandante—le respondí de forma desafiante a Rufa. Se estaba extralimitando, ese tipo de actitud era lo que nos iba a llevar a una muerte segura a todos.—Abortamos misión, no es seguro. Vuelvan a sus tareas de rutina—agregué tajantemente.

—Tenías razón—dijo Marta mirando a Rufa. Luego, se volteó hacia mí, puso sus suaves manos en mis hombros y mirándome a los ojos con su profunda mirada azul me dijo con una ternura que jamás había visto en ella—Sé cómo se siente, yo también estuve ahí, yo también sufrí de infinitud paranoide en mi primera misión. Y gracias a eso tomé malas decisiones. Tan malas que acabaron con vidas, no permitas que te domine. 

Su sinceridad me tomó por sorpresa. Marta siempre había sido la simpática y graciosa del dúo y de la tripulación. Ver su expresión me hizo dar cuenta que no estaba actuando racionalmente y que la única forma de no poner en peligro a la tripulación era salir yo mismo sin exponer a nadie más, si alguien iba a pagar las consecuencias de mis decisiones debía ser yo mismo. Era mi deber como capitán. 

—Siento mucho oír tu historia y disculpas a ambas por el mal momento—dije y luego añadí sin dejar espacio a comentarios—Voy a salir solo. Ustedes se van a quedar acá monitoreando todo. No se discute, es una orden. Cuando sea seguro vamos a hacer más inmersiones en equipo, pero por ahora, no voy a dejar que nadie más que yo se exponga. 

Ambas intentaron hablar a la vez pero hice caso omiso de cualquier comentario o grosería. Cuando tuvieron en claro que no había espacio para discutirlo comenzaron a cooperar y preparamos todo para que la inmersión sea de forma segura y controlada. Decidimos utilizar una de las lanzaderas como bote para ir hacia una zona donde la concentración de algas era mayor, si nos íbamos a encontrar con algo iba a ser allí. 

El camino en lanzadera fue rápido, atravesamos aproximadamente un cuarto del planeta en unos 45 minutos. Una vez que llegamos a destino, transformamos la lanzadera en barco y amerizamos allí.

—Te estaremos esperando—dijo Rufa por lo bajo mientras Marta asentía y todo mi peso caía hacia las profundidades. 

Ya estaba de vuelta en el océano. Esta vez, solo las aguas y yo. Me sentía vulnerable pero en paz. Tenía un mapa en mi visor frontal que me iba indicando dónde estaba, el recorrido que debía hacer y la posición de la lanzadera. La misión consistía en descender cien metros, hacer una vuelta de tres kilómetros de circunferencia y ascender en el punto contrario, en donde me iba a estar esperando la lanzadera-bote.

Comencé a bajar lentamente. No había fondo y a medida que iba dejando atrás la superficie el color se iba tornando más oscuro. Cuando llegué a los cien metros, no había más superficie y el azul ahora era negro. Me quedé completamente quieto, flotando en posición vertical, y cerré los ojos. No había diferencia perceptible entre mantenerlos abiertos o cerrados, éramos la oscuridad y yo. 

Estuve un rato con los ojos cerrados, intentando conectarme con el entorno. Para comprender una forma de vida desconocida, había que hacer cosas que no pudiéramos explicar. Sentía el frío en el tacto con el traje, el lento latido de mi corazón y mi respiración suave y constante. En ese análisis me percaté de algo, lo único de lo que tenía percepción era de mi mismo ¿Cómo pretendía tener contacto con algo más si estaba atrapado en mi propia burbuja? Ya estaba todo jugado, al final mi vida era esa misión y esa nave, no me importaba nada más. La tierra estaba en decadencia, no tenía familia y mis únicos amigos estaban en la Azul Profundo y ellos eran completamente capaces de entender mis motivos si algo salía mal. Con esta lógica en mi mente y con una mano temblorosa, acerqué mis dedos al cierre de la manga contraria y lo abrí para poder quitarme el guante y dejar mi mano desnuda al contacto con el agua.

Una alarma de contacto con el medio se disparó, Marta y Rufa debían estar desquiciadas, mandé un mensaje de luz indicando que estaba todo ok. El agua estaba más fría de lo que esperaba, el traje realmente jugaba un papel importante en protegerme, rápidamente comencé a ver como se me arrugaba la piel y se irritaba levemente. La incomodidad era física, pero internamente me sentía mejor que nunca. 

Volví a mi estado meditativo, esta vez con una parte de mí en contacto con ese planeta tan extraño y familiar. Me quedé con los ojos abiertos, con la mirada perdida hacia lo que suponía que era adelante. Apagué todas las luces del traje y me hice invisible con el entorno, no era capaz de ver mi propio cuerpo. Y así, comencé a moverme muy lentamente. Por momentos, dudaba de si estaba bajo el agua o en el espacio exterior, no encontraba una diferencia perceptible. Me quité el otro guante y seguí moviéndome, usando mis manos como palancas para avanzar, sentía el espesor de ese líquido deslizarse por mi piel, era levemente áspero y baboso. 

Un mensaje de emergencia apareció en mi visor. Corté la comunicación, no era momento de poner en cuestionamiento mis decisiones. Me quité una aleta y la bota de un pie, luego del otro. Cada vez me sentía más parte de esa inmensidad. Me quité el pantalón y nuevamente me detuve a observar. Estaba cansado, estar a esas profundidades era extenuante para el cuerpo aún con toda la tecnología. Entendía que el límite era quitarme la parte de arriba del traje y el casco, si lo hacía probablemente no habría vuelta atrás. Decidí relajarme por un momento y disfrutar de toda esa soledad para mí, era capaz de experimentar una libertad que ningún humano había tenido el privilegio de vivir. Estaba casi dormido, imágenes de mi mente se interponían entre mis pensamientos conscientes y la realidad se empezaba a tornar difusa, cuando oí un sonido lejano que me revitalizó en un instante. 

Silencio nuevamente. Comencé a vestirme y a encender todo de nuevo, era de vital importancia identificar ese sonido y desestimar la posibilidad de que fuera mi imaginación. Volví a oírlo, estaba casi seguro de que era real. Mis signos vitales estaban bien, mi encefalograma no arrojaba nada extraño. Volvió, un poco más cerca. La cuarta vez lo pude registrar con mi computadora y lo reproduje lentamente. Era un sonido penetrante y profundo, por momentos más suave y armónico y otros contundente, como un eco lejano.  

Ya que lo tenía identificado pude hacer un seguimiento de su localización. La computadora me indicaba que provenía de unos treinta metros hacia arriba y 4 km en dirección norte. Tenía aire suficiente para ir hasta allí, pero implicaba perder contacto con la tripulación y desviarme del plan original. No podía darme el lujo de perder tiempo debatiendo si era una buena idea o no, esta era la oportunidad para hacer contacto con lo que sea que hubiera allí. Corté la comunicación y emprendí mi viaje por el gran azul hacia el encuentro. 

Mientras nadaba, iba haciendo un repaso de mi vida. No pensaba que iba a morir ahí, pero sí creía que algo en mí ya había cambiado y una vez que volviera a subir a la superficie no sería la misma persona de nuevo. Esto disparó otro pensamiento, ¿y si no volvía? Sorprendentemente, esta idea no me asustó, aunque sí me perturbó el hecho de no sentir miedo al respecto. 

El sonido era cada vez más penetrante, era capaz de sentirlo dentro de mis huesos. A su vez, el volumen se iba incrementando, parecía que estaba cerca, dentro de mi cabeza. Fui forzado a detenerme porque no podía tolerarlo más. Utilicé todas las herramientas de mi traje para insonorizarme lo más posible, pero era demasiado tarde, ese agudo canto estaba dentro mío. Otra vez volví a sentir que el océano quería algo de mí, que estaba a la espera de nuestro encuentro para absorberme y hacernos uno nuevamente. Estaba a punto de caer en la locura cuando la más hermosa imagen que jamás hubiera visto en mi vida se figuró delante mío. 

Me sentí pequeño. Mis sensores indicaban que tenía 52 metros de largo y que pesaba 250 toneladas. Si miraba al frente solo veía una parte, tenía que girar la cabeza para poder verla completa. Era de color azul intenso casi negro, como el mismo océano que la contenía. Tenía que hacer un esfuerzo extra para poder determinar dónde comenzaba y dónde terminaba, se camuflaba perfectamente en la suavidad del agua. Su canto había cesado, estaba quieta, simplemente existiendo. Mis conocimientos en exobiología marina eran escasos pero definitivamente se trataba de una especie de cetáceo, como una ballena azul de mayor tamaño y color más oscuro. Su belleza me encandilaba, jamás había presenciado semejante majestuosidad. Me di cuenta de lo privilegiado que era. Mi corazón se hizo presente, palpitaba cada vez más fuerte, era el primer humano en hacer contacto con una especie extraterrestre. 

Perdí la noción de tiempo, estuve un rato largo contemplándola. No se movía y yo tampoco, parecía que ese artista imaginario estaba pintándonos y si nos movíamos íbamos a arruinar el cuadro. Era cada vez más grande, daba la impresión que ocupaba todo el universo, que casi podía tocarla, que era el océano mismo. De alguna forma, comprendía que no había separación. El océano, la ballena y yo, éramos parte de la misma cosa. Yo pertenecía ahí, ese era mi hogar, el que había estado buscando toda mi vida, el hogar que la humanidad necesitaba. Volví a quitarme el traje. Comencé por las mangas y el pantalón, por fin volvía a sentir la viscosidad de aquel fluido que era el líquido amniótico de mi nueva vida. Estaba renaciendo, solo faltaba el paso final. 

Me quite el chaleco. Mi única fuente de conexión y de oxígeno era el casco. Mi piel de todo el cuerpo ya estaba tomando color rojizo y mi temperatura corporal descendía drásticamente. Yo aún me sentía en casa. Recordé a mi tripulación, lo quería y admiraba mucho, pero ese día me tocaba aceptar mi destino. Mi deber como capitán era hacer siempre lo correcto y lo correcto era mi sacrificio en pos de una nueva era. Lo tenía claro, ella me lo había dicho. Me quité el casco. 

Éramos el océano, la ballena y yo. Pero éramos la misma cosa. 

Bitácora de la comandante y primera oficial Julia Solaris: después de varias semanas de búsqueda exhaustiva del capitán no fuimos capaces de localizar el cuerpo. Encontramos el equipo pero en su sistema no había ningún dato significativo que pudiera indicarnos lo sucedido. Sin embargo, hemos descubierto rastros de ADN humano en las muestras del líquido más recientes. Aún no podemos explicarlo pero entre las teorías más probables se encuentran: o bien se trata de una mutación o proceso evolutivo desconocido, o bien el cuerpo del capitán existe de alguna forma simbiótica con el océano. 

Además, en el ínterin de la búsqueda, continuamos con nuestra misión de reconocimiento. Llegamos al fondo del océano gracias a las sondas subacuáticas enviadas de Marte y si bien no encontramos ningún signo de flora o fauna, pudimos recuperar unos instrumentos símil utensilios que podrían sugerir que existió una civilización en ese planeta en algún momento. Lo que nos lleva a preguntarnos como científicos, ¿esto es una muestra del destino que nos depara en la tierra? Aunque como humana lo que me pregunto es, ¿esto es involución o evolución?