#2 – [ilegible] ▒
El ordenador estaba polvoriento, daba la impresión que no se había utilizado en mucho tiempo. No me resultó extraño porque en esa habitación tiraban todo lo que no se necesitaba y lo dejaban morir allí. Intenté moverlo pero fue imposible. Era grande y mis brazos no aguantaban su peso. Tras un par de intentos fallidos, me tiré al piso, con cierta resignación.
La habitación era un contenedor de tecnología obsoleta. No solo había ordenadores, también artefactos antiguos como relojes inteligentes, teléfonos móviles y gafas de realidad virtual. Todo cubierto con cinta amarilla y negra y una fina capa de partículas microscópicas, probablemente residuos inertes y pelo de animal. Desde el suelo, parecía que estaba en una gran metrópolis con edificios gigantes alrededor mío. El cielo quedaba escondido entre sus terrazas.
Me levanté agarrándome de un monitor, tirando una pila de teclados mecánicos y un montón de figuritas con el símbolo de peligro del siglo pasado. Más que una gran ciudad, desde esta perspectiva parecía un museo. Uno de esos que te cobran caro por ver cosas viejas. Me volví hacia el ordenador, probando soluciones cada vez más absurdas, hasta que el cansancio me venció. Podía pedir ayuda, pero jamás iba a permitir que pensaran que era tan débil que no podía mover esa chatarra.
Quizás, pensé con el alivio que dan las grandes ideas, podía encenderlo y buscar el archivo ahí mismo. La necesidad de llevarlo hasta la oficina era caprichosa y yo era perfectamente capaz de manipularlo. Si encontraba la forma de encenderlo…
Luego de otro rato buscando cómo hacer andar el aparato, me sorprendió un pequeño sticker pegado en su base con una imagen de un botón de encendido y una cruz roja encima. Curioso, no debía ser una directriz actual, estos equipos tenían más de dos siglos de vida.
Una comunicación de mi superior apresurándome me interrumpió. No llegué a procesar el mensaje. En su lugar, levanté la mano y le di un golpe al ordenador que retumbó en toda la habitación. El polvo comenzó a dispersarse y a flotar por todos lados. Comencé a toser y a arrepentirme de ser tan idiota. Mientras me cubría la cara y abanicaba el aire con una tablet, un destello en la pantalla me detuvo.
El ordenador estaba encendido a duras penas. El brillo de su pantalla apenas irradiaba, aunque lo suficiente para destacar. Estaba todo negro con un pequeño texto verde neón en el centro escrito en una tipografía monoespaciada. Cada tanto titilaba y volvía a mostrar el mensaje. Además de que era diminuto, estaba escrito en el idioma antiguo y varias palabras contenían caracteres que hacían imposible su lectura. Aun así, logré descifrar algunas partes:
El tiempo [ilegible] ¿estás [ilegible]? > Sí > No
Me imaginé que podría ser un videojuego de la antigüedad. Recordé, de ver las películas y leer los libros que nos indicaban en la escuela, que estaban obsesionados con el tiempo y el espacio exterior, había incluso sagas y todo tipo de creencias sobre estos temas. Por un rato, estuve contemplando esa pantalla, con una mano en el teclado moviendo el selector entre sí y no y la otra en mi boca mordiéndome las uñas. El brillo de la pantalla se hacía cada vez más tenue y la habitación se iba oscureciendo lentamente.
Otro mensaje me sobresaltó y me hizo regresar a la realidad. Mi superior, nuevamente, insistiendo que le llevase el ordenador. Con resignación, le respondí:
—Está todo bien, no hay por qué alarmarse. Creo que no es lo que estábamos buscando, aquí hay solo un videojuego viejo.
—¿Lo encendiste?
—Sí.
No me respondió. Estaba a punto de regresar para explicarle que no nos servía de nada, cuando oí pasos estruendosos cerca. Oh, no. El cuerpo de seguridad, eran ellos. Si me agarraban no iba a vivir para contarlo. Comencé a mover las máquinas hacia la entrada para obstruir el paso y ganar un poco de tiempo. Al menos, para pensar en una excusa creíble.
Me temblaba todo el cuerpo. Una parte de mí anhelaba que el cuerpo de seguridad vaya por mi superior. La pantalla seguía encendida, con su enigmático mensaje, observándome y depositando su fe exánime en que seleccione una de las dos opciones y la libere de esa eterna duda. La simetría de los pasos me retumbaba en la cabeza y ya comenzaba a oír sus voces.
Yo también tenía dos opciones: o enfrentar al cuerpo de seguridad o presionar el botón y esperar que alguna fuerza sobrenatural me salve. Y le tenía más confianza a la segunda alternativa.
—¡Por acá! ¡Es esta habitación! —sonaba como un depredador. Eso era como un elogio para mí, hasta ese entonces me había considerado una presa fácil.
Ya estaban en la puerta. Mi cuerpo casi no respondía, el temblor no se detenía. No pude esperar más, si había una mínima posibilidad de escapar, debía intentarlo. El selector yacía en el “sí” y, con la mano temblorosa, dejándola caer presioné “enter”. De pronto, reinó el silencio y el ordenador mostró un nuevo mensaje:
Tiempo [¿detener?]. [ilegible] el viaje [ilegible] pasado en… 3… 2… 1…
—¡Nooooo! —gritó el oficial que estaba en la entrada mientras corría hacia mí.
—¡Pará! —le ordenó otro agarrándolo por detrás y tirándolo hacia afuera. Luego, agregó en voz más baja:— Si entrás ahí, no hay vuelta atrás.
Una fuerza me presionaba contra el piso e impedía que me pudiera mover. El entorno se volvió difuso, pude ver al cuerpo de seguridad entrando en la habitación pero se quedaron en la puerta, observando con sigilo y evitando que los curiosos se acerquen. Sonreí internamente, nadie escapaba de ellos.
Poco a poco, esa imagen de difuminó y éramos el ordenador y yo en medio de un torbellino distorsionado de imágenes. Mi cabeza daba mil vueltas y tenía muchas ganas de vomitar. Luego de eso, todo se puso negro y mi mente desapareció.
El mareo no se quitaba. Mi conciencia iba y venía. No veía nada, aunque mis otros sentidos estaban exaltados: ruidos estridentes como de muchas personas hablando a la vez, olor a ozono o algún otro químico y sabor metálico en la boca. Sentía calor, como si algo me quemara. Estaba ardiendo. Luchaba mentalmente contra esas sensaciones, al punto de desear regresar a la habitación a me agarre el cuerpo de seguridad y me lleve a cualquier otro sitio. Finalmente, me rendí.
¡Bip! Un sonido del ordenador me despertó. Aún con los ojos cerrados me quedé un momento digiriendo lo que acababa de suceder, ¿una pesadilla lúcida? Un rayo de sol parecía que me iba a atravesar la piel, eso me hizo recordar con mayor detalle lo que acababa de vivir. El suelo era acolchonado pero áspero, cubierto de pequeñas piedras que se amoldaban a mi postura. Intenté abrir los ojos, la claridad era insoportable. Me tapé la cara y espié los alrededores entre mis dedos. El ordenador estaba a mi lado, con la pantalla encendida. Esta vez, las letras eran de color rojo y el fondo blanco:
El viaje ha [ilegible]. ¿Desea [ilegible]? Esta acción es [¿irreversible?]. > Ok [ilegible] automática en 10..
El ordenador no me dejaba opción, ¿acaso tenemos opciones? Lo dejé terminar la cuenta regresiva sin interferir, no deseaba presionar más botones por hoy. Al terminar, la pantalla se apagó. Suspiré, me froté la cara con las manos y dejé que el peso de mi cuerpo presione el suelo.
Estaba en lo que parecía ser una de esas playas paradisíacas: mar transparente y turquesa en el fondo, cielo completamente despejado y una fina arena que cubría kilómetros de tierra. A simple vista, daba la impresión que no había nadie más. Solo el ordenador y yo. Al menos, no estaba el cuerpo de seguridad.
Las olas del mar se oían a lo lejos. Llegaban a la orilla como una suave espuma y luego regresaban para hacerse una con el resto. Su paso dejaba algunos tesoros marinos como caracoles y algas. Mi instinto me decía lo contrario, pero no pude evitar contemplarlas por un rato.
La temperatura comenzó a agobiarme. Me sorprendía la calidad de la realidad virtual del juego, todo parecía real. Incluso, podía percibir olores, como el aroma salado del mar o el plástico quemado del ordenador. Volteé a revisarlo, seguía inerte. Toqué todas sus teclas, botones e incluso le volví a dar un golpe, pero esta vez no hizo absolutamente nada. Como si hubiera cumplido su misión. Presumí que para regresar tenía que ganar o finalizar el juego.
Me alejé a la sombra, dejando el ordenador atrás. Me acomodé bajo unos árboles, a unos metros de la orilla. Quedó solo, en medio del paisaje idílico. Lo lamenté, pero aún no era capaz de cargarlo. Comencé a caminar, por la sombra, en busca de alguna pista que me indicara dónde estaba y de qué se trataba todo esto.
Tuve que quitarme los zapatos en el camino, mis pies comenzaban a arder. Descalzos, su blancura se confundía con la arena que los recubría. Se sentía fresco enterrar el pie. Me inspiró a quitarme el abrigo, ahora solo iba con una camiseta sin mangas, y a arremangarme el pantalón; las piernas quedaron al aire. Era una especie de libertad insólita. Por primera vez andaba en el exterior y era en un videojuego. Profundicé mis respiraciones y dejé que el aire natural me invadiera. Una voz estruendosa irrumpió mi meditación irónica:
—¡Hola! ¿Una margarita?
El susto me hizo dar un alarido y tirar la copa que la mujer me estaba ofreciendo. Otras personas observaban la situación. Al parecer, había llegado a una zona poblada sin darme cuenta. Estaban todos mirando con atención lo que sucedía, pero rápidamente volvieron a sus lugares a continuar lo que estaban haciendo. Todas las personas vestían con bañadores diminutos y si no estaban ultra bronceados, estaban rojos o cubiertos de protección solar. Cada grupo tenía una actividad: algunos simplemente se tumbaban a absorber los rayos del sol, otros nadaban o jugaban en la orilla, los niños construían obras arquitectónicas en la arena y los más osados simplemente bebían cosas coloridas o comían frutas y frituras.
La mujer aún me miraba, con una expresión mezcla de sorpresa y enojo. Le devolví la copa, sentía vergüenza. Aún siendo realidad virtual, todo se experimentaba tan real, que temía herir los sentimientos de alguien, en verdad no importaba si eran NPC o humanos.
—Perdón, me asusté —confesé en voz baja.
—No se preocupe… Se… —me miró a la cara por unos instantes, parecía confundida —¿señor…a?
—Gaby está mejor —la corregí. El juego parecía estar ambientado en un pasado muy lejano. —¿Me podrías indicar mi misión?
Me miró con total desconcierto. Estaba compenetrada con su trabajo o lo que parecía serlo. Si bien hubiese jurado que no era real, su mirada tenía algo profundo. Cierta humanidad salvaje. No me respondió. ¡Claro! Debía ser más amable, de eso se trataba.
—No quise ser descortés, ¿cómo es tu nombre? —dije usando mi voz más dulce.
—Lorena, ¿no va a querer una margarita?
Su mirada parecía encenderse. Eso que percibía era ira sepultada. Interesante, aún así necesitaba información y claramente era un personaje clave, si no no se me hubiese acercado así. Me puse más insistente.
—Gracias, Lorena. No, no quiero una margarita, lo que quiero es que me indiques mi misión.
Me volvió a lanzar una mirada, esta vez no era de desconcierto. Aunque sus labios revelando una sonrisa artificial, sus ojos seguían clavados en mí de la misma forma que yo solía mirar a mi superior.
—Disfrutar de la playa, hoy hay 2×1 en margaritas. Por la tarde, habrá un show en vivo y música.
Le di las gracias y me fui. Entonces, eso significaba que la forma de salir de este paraíso era disfrutándolo. Observé el mar y la gente con nostalgia. Había algo allí, en el aire puro, que me instaba a quedarme. Quizás era el hecho de que el cuerpo de seguridad estaba a mi espera. En fin, si mi misión era pasarla bien, tendría que hacerlo. Así que me pasé el día bebiendo margaritas, nadando en el mar y tomando sol. Todo fluyó naturalmente, como si estuviera en mi hábitat. Simplemente estuve. No hablé con nadie y anoté todo mi consumo a mi cuenta, esperando que no me pidan ningún crédito y no me sigan cuando me vaya.
Al caer la noche, cayeron mis pensamientos. Podría quedarme a pasar un tiempo allí, no tenía nada a lo que regresar más que al trabajo. Nadie me esperaba, excepto el cuerpo de seguridad que probablemente me haga lamentar la existencia si me encontraba. Y en este mundo, aún virtual y fantástico, ambientado en un pasado distante, se sentía más real que mi otra vida. Quizás el mundo real era este y acababa de salir por fin de un videojuego futurista distópico.
Volví caminando lentamente por la orilla, mirando atrás a cada rato, hacia el sitio donde había dejado el ordenador. Nadie me siguió. El reflejo distorsionado de la luna en el mar me seguía. Por momentos, me parecía ver sus píxeles. Siendo realista, probablemente, hayan sido las margaritas.
Recordé lo que dijo el oficial justo antes de desaparecer. No hay vuelta atrás. ¿A qué se refería? ¿Será que, literalmente, no hay vuelta atrás? ¿O será que una vez que presenciás esto no querés volver atrás? Porque así me sentía, real o no, estaba en un mundo que me atrapaba. Volver a la civilización búnker de tareas rutinarias, paredes oscuras y comida enlatada no era tan tentador ahora que sabía cómo eran las cosas antes de eso. Había escuchado muchas historias del mundo antiguo, pero experimentarlo me había dado una nueva perspectiva. Continué caminando, guardando en mi memoria cada paso y cada sensación.
El ordenador estaba donde lo había dejado. Estaba aún caliente, intenté encenderlo nuevamente, sin éxito. Me estaba resignando, me senté a su lado y me recosté, apoyando la espalda en la carcasa. Nos quedamos observando el mar. Las olas iban y venían, entre ellas mi reflejo aparecía y desaparecía. Deseé tener a quién contárselo. Pero solo iba a ser un recuerdo. Una ola más en el océano.
Me senté toda la noche a reflexionar. Nadie me seguía ni me esperaba, por lo que no tenía que tomar una decisión urgente. Podía permanecer en esa ausencia. En presencia del mar, la luna y el aire fresco. Allí, en la soledad, estaba en compañía.