La gran pantalla no paraba de exhibir imágenes, una tras otra, sin parar. Hacía tres jornadas galácticas que estaba encendida mostrando la vida en distintos mundos: miles de formas evolutivas y de afrontar la existencia eran evaluadas, una tras otra, por los asistentes. El cansancio comenzaba a manifestarse. 

—Necesito un descanso —se quejó Nivo, un ser bípedo con comunicación verbal que representaba a un planeta sin nombre de la galaxia Vía Láctea, la última incorporación a la Coalición.

El receso fue concedido y los presentes se dispersaron. Había muchos asuntos que atender y amenazas que afrontar, era crucial mantenerse unidos y pensar en conjunto sin caer en trivialidades. El universo era un lugar grande y oscuro, pero había estrellas que iluminaban todos los rincones.  

La Coalición Planetaria Pacífica era una agrupación de mundos distribuidos en distintos puntos del universo que creían firmemente en la no violencia y establecía un tratado de ayuda mutua entre sus civilizaciones. 

Cada año estelar, se celebraba en una región secreta de la nebulosa de Orión una reunión del comité de representantes de cada mundo que era parte de la Coalición. Eran varias jornadas de disertaciones sobre la paz interplanetaria, lingüística alien y comunicación interespecies, acciones de cooperación y, el punto más importante y para el cual se requería consenso absoluto, la incorporación de nuevos mundos.  

Cada año, los miembros de la Coalición se reunían en un rincón oculto de la nebulosa de Orión. Durante días, discutían sobre la paz, la cooperación interplanetaria, y lo más importante: si deberían o no aceptar a nuevos mundos en la Coalición.

Volvieron del descanso para afrontar la última parte del encuentro. Ya habían presenciado miles de mundos y ninguno encajaba como candidato. La reunión anual estaba llegando a su fin y los ánimos decaían lentamente.  

Para que un planeta sea aceptado debía cumplir una serie de minuciosos requisitos partiendo del nivel de desarrollo intelectual y tecnológico de la especie. No se aceptaban mundos que no fueran capaces de salir de su propio planeta ni que desconozcan de la existencia del espacio exterior. Tampoco se admitían mundos con civilizaciones en estadíos de desarrollo religiosos o animistas, no por ser consideradas inferiores, sino porque una de las pautas de la Coalición era no intervenir en las creencias espirituales ni racionales de los mundos. Otra de las pautas era el entendimiento de lo colectivo. Dada la naturaleza de la Coalición, no podían poner en riesgo a los demás mundos por uno que no tuviera sus niveles de empatía y comprensión de la interconexión del universo como ejes claves en su desarrollo intelectual. Todo esto, hacía la tarea de la elección de la incorporación anual, ardua y tediosa. De hecho, pasaban años en donde no había incorporaciones. 

—Propongo aplazar la incorporación hasta el próximo encuentro. Tengo asuntos que atender en mi mundo —reclamó en su lengua el rey del planeta Yu, un gigante gaseoso de la galaxia de Andrómeda en donde las formas de vida eran como gigantes bolsas de gas que se comunicaban con emisiones de radiofrecuencia. 

—Increíblemente coincido con el señor Yu-1. Tenemos que pensar cómo afrontar la lluvia de meteoritos —replicó efusivamente el presidente de la asociación de trabajadores de Cattitus. Otro mundo de Andrómeda, uno pequeño y con vida microscópica.

—¡Voto por la no incorporación de más planetas! ¡Cuidemos de los que ya estamos aquí! 

—No podemos dejar a civilizaciones incipientes en las manos del destino.

—¡Todos merecemos la oportunidad de ser parte! Quién no esté de acuerdo va en contra del acuerdo de la Coalición.

—¿Quién te crees para decir quien está en contra y quien no?

El caos reinó por varios minutos mientras los 35 representantes de los mundos gritaban en sus respectivos idiomas sin darle tiempo al traductor de ondas de homogeneizar la comunicación. 

El caos estalló. Los representantes de los mundos se levantaron, y sus voces se mezclaron en una maraña de sonidos incomprensibles. Nivo apretó los puños, su rostro se enrojeció de frustración. Quería que la paz prevaleciera, pero todo se estaba desmoronando a su alrededor.

—Suficiente —sentenció una voz que penetró en los presentes. Todos quedaron en silencio. 

Era una sala enorme y oscura. Los representantes estaban distribuidos en semicírculo frente a una gran pantalla que se conectaba a un super ordenador de materia oscura, una tecnología que existía gracias a la unificación de conocimientos provenientes de distintos puntos del universo. Este ordenador era capaz de transmitir una representación holográfica de cualquier zona del espacio que esté dentro del espectro electromagnético visible. De esta forma, se podían exhibir, en forma de películas, fragmentos de situaciones ocurridas en los mundos a estudiar. Las imágenes eran pre seleccionadas por un equipo de expertos antropólogos y sociólogos que se encargaban de revisar la historia natural, social y cultural de las civilizaciones y elegían las situaciones que consideraban más representativas. 

La voz era de la Última Palabra. Cuando la Última Palabra hablaba, no se podía decir más. Era quien moderaba la reunión anual y se aseguraba que se mantenga la paz y la coherencia siguiendo los valores de la Coalición. 

—Gracias por su atención. Nos queda un último candidato. Si este no es elegido, la incorporación será pospuesta para el próximo encuentro. 

A continuación, se volvió a encender la pantalla mostrando un nuevo planeta. Estaba lejos, era un pequeño punto azul pálido en el centro, rodeado del vasto espacio profundo. Algunas estrellas y planetas decoraban sus alrededores y a medida que la imagen se acercaba ese pequeño punto se iba transformando en una esfera azul brillante con tintes verdosos y una espuma blanca que la bordeaba. Se asemejaba a una paleta de pintura con una mezcla que creaba un remolino de colores destacando con el abismal fondo que la contenía. 

El planeta se acercó aún más y comenzaron a aparecer hermosas formaciones geológicas: las imágenes iban rotando entre montañas y picos altos nevados, bosques con árboles tan altos que no se alcanzaba a ver el exterior, playas de arenas con estruendosas olas que rompían en la costa y prados florecidos con más colores que una nebulosa en formación. La vida era infinita, había desde especies microscópicas que existían en todo el planeta hasta enormes animales marinos y terrestres. Era una orquesta tocando la sinfonía de la evolución.  

Todos miraban embelesados. El planeta en observación era estéticamente muy atractivo, aún así no mostraba ningún tipo de señal de raciocinio que interesara a los representantes. Luego de todo el despliegue de maravillas, fue el turno de la forma de vida inteligente que existía en aquel lugar y comenzaron a desplegarse imágenes de aquellos seres, los humanos. La decepción inundó la sala.

Grandes asentamientos verticales de un robusto material gris acaparaban lo que en algún momento había sido algún majestuoso paisaje, esas eran las ciudades, donde los humanos vivían. Estaban colmadas de habitantes y artilugios de transporte y comunicación. La física del tiempo se distorsionaba y todo ocurría más rápido. Tan rápido que era difícil seguirle el ritmo a lo que estaba ocurriendo. Sonidos estridentes, luces chillonas y olores densos abarcaban todo el campo sensorial de cualquier forma de vida que pasase por allí. Los humanos, sin embargo, parecían tan absortos en esa realidad que parecían no notar que algo estaba fuera de lugar.

Presentaban típicas características de individualismo, falta de empatía con las demás especies, consumismo narcisista de sus propias invenciones y luchas entre las distintas facciones en las cuales se fragmentaba la población: entre clases sociales, fronteras imaginarias y creencias espirituales. Algunos de los presentes comenzaron a levantarse y abandonar la sala, otros ni siquiera prestaban atención a lo que estaba sucediendo y los que se entendían entre sí susurraban cosas que no tenían relación con lo que estaba ocurriendo. 

—No voy a perder tiempo con lo mismo de siempre. Ya sabemos como termina esto —concluyó el representante de El Fin del Mundo, una región del espacio-tiempo ubicada en las fronteras entre el universo observable y El Más Allá. 

—Un momento —advirtió la Última Palabra. —Lo que sigue es clave. Pido amablemente su atención. 

La pantalla había proyectado hasta el momento imágenes de humanos, los habitantes de aquel planeta azul, muy desagradables. Nadie comprendía porque estaban dedicando tiempo y energía a aquel insípido mundo. 

Habían visto imágenes de las guerras, una forma en que los humanos se quitaban la vida y luchaban en nombre de intereses que los que estaban en el campo de batalla desconocían. También se mostraron imágenes de señores con trajes, un tipo de vestimenta formal, que los humanos en situación de desigualdad veneraban para que se volvieran aún más poderosos. En general, le tenían afecto a los que menos les interesaba el bien común y, particularmente, a un fabricante de vehículos, una forma de movilidad terrestre. 

No tenía sentido. Esa civilización no estaba preparada para ingresar en el Comité, podría ser muy peligroso. Era de suma importancia que los mundos que participaran pudieran proveer ayuda desinteresada y cooperar para hacer del universo un lugar en donde todos los seres puedan tener una existencia plena y pacífica. Un mundo en donde la conciencia esté en el primitivo estadío de creer que la individualidad es el resultado final de la danza cósmica carecía de capacidad analítica y emocional para los grandes problemas del universo. 

De repente, la imagen de una selva en llamas se desintegró como si la representación de ese fuego quemara la pantalla y le devolviera la vida a aquel sitio. La furia de los incendios se calmó con el frescor de lo siguiente. Un bosque de eucaliptos apareció, como un ave fénix renaciendo, devolviéndole la esperanza a los presentes y a la humanidad. 

Cerca del bosque había una escuela fundida en la naturaleza, donde niños y niñas se perdían en las fronteras de lo que es jugar y aprender. El camino que llegaba a la escuela estaba rodeado de plantaciones de vegetación comestibles y, al final, se encontraban algunas viviendas donde los habitantes dormían y se reunían. Eran varias cabañas de arcilla y madera que se escondían entre el verde del bosque y el prado. 

Había personas distribuidas por todo el espacio trabajando en distintas tareas: algunos en la tierra, cultivando y cosechando alimentos; otros trabajando en las casas que estaban hechas de los mismos elementos que su entorno; otro grupo haciendo tareas del hogar, como cocinar o limpiar los espacios comunes. Entre todos esos humanos, había animales con quienes mantenían una relación simbiótica y de cuidado mutuo. 

—Creo que se filtró una imagen de otro mundo —susurró el presidente de Cattitus.  

No eran perfectos, pero tenían una relación noble con el entorno. Con la tierra, las estrellas, entre ellos. Sumidos en un mundo de codicia y poder, esos humanos hacían lo más natural de la vida. Lo que haría cualquier miembro de la Coalición en su planeta de origen: compartir, cooperar, contribuir. Esos eran los valores universales que buscaban. 

—Aceptémoslos, no son como los demás —se escuchó en el fondo del salón.

—¿Qué es ese sitio? —inquirió intentando ocultar su emoción Yu-1. 

—¡Es el candidato que estábamos buscando!

—No podemos juzgar a todo un planeta por sus horrores, pero tampoco podemos aceptarlo por la esperanza de unos cuantos… 

Ante el alboroto, la Última Palabra emitió su sentencia:

—No sabemos qué ocurre ahí, pero la evolución habla por sí misma. La vida tiene un propósito en este universo…

La Última Palabra se detuvo. Algo inusual. El silencio no era vacío, sino una pausa cargada de emociones. Finalmente, con voz serena, continuó:

—Ninguno. No hay un propósito. Y justamente porque la vida no viene con un sentido dado, el nuestro es cuidarla, protegerla y darle valor.

Señaló con un gesto leve a la pantalla, donde aún brillaban las imágenes de aquel pequeño rincón del planeta azul.

—Estos humanos nos recuerdan que, incluso en el caos, la semilla de la generosidad puede florecer. No incorporaremos hoy al planeta Tierra a la Coalición. No están listos… pero aún hay esperanzas. Y eso es suficiente, por ahora.

La imagen del planeta azul se alejaba fundiéndose en el cosmos nuevamente. En aquel remoto planeta de la Vía Láctea, una brisa de optimismo se deslizaba, como un susurro, despertando en cada corazón humano la certeza de que un nuevo futuro aguardaba, paciente.