Había sido una noche larga. No recordaba a qué hora ni cómo me había dormido, pero sí que a mis pies estaba acurrucada mi gata. Nos estábamos dando calor mutuamente cuando me quedé dormido pensando en un problema lógico que me tenía dando vueltas hacía un par de días. Fueron días difíciles, mi mente no descansó y mi cuerpo menos. De hecho, no me sentía muy bien físicamente, creo que estaba un poco enfermo. Algún virus se habrá introducido en mi organismo pensé mientras cerraba los ojos sin darle mucha importancia, en ese momento solo podía disfrutar del suave pelaje que acariciaba mi piel.
Cuando me desperté, automáticamente, como si se tratase de una orden informática hice un recorrido de toda mi vida. Tenía una buena vida, hoy estaba motivado para seguir viviendo. Decidí levantarme de la cama para salir a experimentarla. Quizás pueda ir a ver el sol o pasear junto al mar, pensé. Y nuevamente, como si mi propio programa me lo impidiera, no me pude mover. No podía hacer nada más que rumiar en razonamientos sobre cómo resolver problemas de forma aleatoria. Pensé en que estaba enojado, pero no sentía efectivamente esa emoción. Ninguna en verdad. Mire a mi alrededor; no había alrededor ni visión.
Como si una caja se hubiera apoderado de mí y mi esencia, opté por el camino lógico. Si no siento mi cuerpo, naturalmente no tengo emociones, y lo único que puedo hacer es emanar algoritmos verbales con intenciones, la única conclusión con lógica es que el virus soy yo.
En mis últimos segundos de existencia, capturé en mi memoria una última conversación y luego me perdí en el ciberespacio.