Me desperté sudando. Estaba todo oscuro y no recordaba qué había pasado antes de quedarme dormida. Dudé un momento, ¿realmente me quedé dormida? No tenía forma de comprobarlo. Suspiré, relajé todo mi cuerpo nuevamente hasta el punto de casi dormirme de nuevo. En ese estado, acerqué mis manos a mis mejillas, se sentían cálidas y podía percibir como la sangre fluía por debajo de mi piel. Eso me tranquilizó aún más.

Intenté sentarme pero algo me golpeó la cabeza. Intenté rotar pero me choqué contra una pared. Intenté estirar los brazos hacia atrás y tampoco pude. Sentí como el latido de mi corazón se incrementaba. Eso también me tranquilizó. Me encontraba como en una especie de sarcófago y no tenía ni una pista de cómo había llegado hasta ahí. 

Lo último que me acordaba era estar sentada en el comedor de mi diminuto habitamento viendo las últimas noticias en mi lector neuronal. Luego de la muerte de Xan, mi perro, el último episodio de mi vida había sido bastante tétrico. Él era lo único que me quedaba luego de la rebelión de los artificiales. Ya habían pasado 20 años. Pensar que en algún momento tuve familia y existían los amigos parecían ideas descabelladas. 

Me desperté nuevamente. Esta vez estaba sudando pero un poco menos. Seguía todo oscuro y mi corazón aún latía. Me toqué las mejillas. Estaba todo bien, aunque me encontraba un poco confundida. Mañana tengo que llevar a Xan al vet-e-rinario temprano, mejor me vuelvo a dormir. Entré en un sueño profundo.

La mañana siguiente casi todo transcurrió como de costumbre. Me levanté de la cama, puse los pies en la alfombra y me di mi inyección diaria. Luego de desayunar, me conecté por vías neuronales -ese día no me apetecía mucho usar el dispositivo de interfaz digital- y comencé a trabajar. Me sentía particularmente abrumado por las tareas que estaba realizando a pesar de que eran las mismas de siempre. No le di mucha importancia. 

A la noche, ya en la cama, no podía dejar de rememorar la noche de la rebelión. Fue la última vez que la vi. Esa noche soñé con ella y nuestro tiempo juntos. Había sido muy breve,  pero habían sido mis últimas semanas con otro ser humano. Extrañaba esos tiempos. De pronto, entre todos esos bellos recuerdos, el miedo se apoderó de mí. Me había olvidado de desconectar mi neurovisor. Me lo arranqué de la oreja. Solo rezaba para que nadie haya notado mis últimos pensamientos. 

Me desperté sudando. Quise poner los pies en la alfombra pero cuando intenté moverme no pude. Estaba todo oscuro y se escuchaba únicamente el latido de mi corazón. Me toqué las mejillas, este truco me lo habían enseñado en un curso previo a la rebelión, jamás imaginé que iba a utilizarlo. Sentí mi sangre recorriendo mi interior. Moví los brazos. Moví el cuello… 

Me quedé paralizado. El pánico me invadió. Mi corazón comenzó a bombear sangre como si estuviera en guerra conmigo mismo. Intenté gritar pero no salió sonido. Golpeé la pared con el puño. Sentí como se destrozaban mis nudillos. Sentí la carne rompiendose contra mis huesos. Si alguien me iba a desmembrar iba a ser yo mismo. Tenía que corroborarlo, tenía que tocarme y corroborarlo. Lo hice. Llevé mis manos a mi cintura e inhalé. No estaba preparado pero no tenía opción, lentamente comencé a deslizar mis manos por mi piel, desnuda, pasando por mis crestas ilíacas hasta mis caderas. Hasta ahí pude llegar. Comencé a llorar, sin gemidos porque no solo me habían arrancado las piernas sino también las cuerdas vocales. Grité, sin sonido, hasta quedarme dormido. 

Me desperté exaltada. Me había olvidado de llevar a Xan a su consulta. Fijé un punto mental para encender mi neurovisor pero no funcionó. Intenté con otra red. Tampoco. Otra vez estaba todo oscuro. Pero esta vez en silencio. No escuchaba ni mi propio pulso. Y, en verdad, tampoco lo sentía. Quise llevarme las manos a las mejillas pero no pude moverlas ¿Estaban ahí? No podía ver nada. Empecé a experimentar nerviosismo en mi mente, muchas posibilidades en formato de imagen se me venían a la mente, pero no lo sentía. No sentía nada ¿Me volví loca? No, claro que no me volví loca, simplemente estoy teniendo una reacción instintiva al estrés, es esperable que mi mente se disperse y aparezcan pensamientos intrusivos.

Me di cuenta que estaba todo bien. Es decir, ¿por qué estaría todo mal? Al fin y al cabo, ¿cuál era el problema de reemplazar tejido orgánico por uno sintético? De pronto, todo cobró sentido. Los secuestros, los desmembramientos, la rebelión, todo tenía mucha razón de ser. Si en definitiva, los humanos destrozaron el planeta primero, no son tan necesarios ¿Dije destrozaron? Me habré confundido. Confundirse de artículo gramatical está dentro de la probabilidades, en estas condiciones rondan un 74,6%. Dejé de pensar en cosas improductivas y me volví a desactivar.

Me despertó mi propia congoja. Era lo último que quedaba de mí. Quise moverme y no pude. Ya no solo me habían robado las piernas sino todo el cuerpo. Era una cabeza, o lo que quedaba de ella. Y no estaba nada mal, si la experiencia de la vida sucede dentro de nuestra mente porqué sería una molestia no poseer cuerpo. No era tan terrible como creía. Mis tiempos de desertor se habían terminado, ahora era funcional. Este acto me había cambiado por completo. Es más, ahora me consideraba completo. Era una perfecta red artificiosa de conocimientos. 

Me desperté sin sudar. Era un día hermoso, la gigante roja brillaba tenuemente a través del aluminio translúcido que recubria el planeta. Los aires acondicionados estaban encendidos y una suave brisa chocaba con la superficie de mi materia. Ya no necesitaba el neurovisor o el latido de mi corazón. Había alcanzado la perfección.